ࡱ > V X U u 8 jbjb̰ x ڮ ڮ 4 ] B B B B B B B 1 2 2 2 2 2 2 2 2 , Q E B 2 2 2 2 2 ( B B 2 2 2 ( ( ( 2 B 2 B 2 V T T B B B B 2 ( ( B B & j h UNA EMISION EN DIRECTO DE RADIO MONTGRI -Y cunto duran estos programas de msica clsica?-, pregunto al locutor. -Todos duran ms o menos bastante-, me contesta despacio, pensativo. Hace una pausa -aunque- (otra pausa) -algunos duran aproximadamente mmm ms o menos -O sea que tendremos que esperar un ratito-, digo, intentando concretar a pesar de la vaguedad de su respuesta. -Eso es: un ratito-, zanja. Es una radio sin prisas que ocupa un piso de dos dormitorios, comedor, cocina y bao. En uno de los dormitorios estn concentradas las instalaciones: abundancia de aparatos llenos de botones y algn tocadiscos. Desde el cuarto de los aparatos, a travs de un cristal se ve la otra habitacin, que hace de locutorio. Locutorio en el que hubieran cabido dos camas -si funcionara como dormitorio-, y en el que no deben "entrar ms de tres personas" para hablar por radio Montgr, segn manda el letrerito pegado a la puerta. Las paredes del locutorio de dos camas estn recubiertas de un corcho negro y pestilente, con la buena intencin de eliminar ruidos que no vengan a cuento de las emisiones. La intencin es loable pero los resultados no estn a la altura de las intenciones y el corcho slo produce peste y calor. Ruidos de diversa ndole defraudan las utpicas esperanzas puestas en el maloliente corcho, colndose por el micrfono y viajando de polizones hasta los receptores de los oyentes de Radio Montgr. Se utiliza la cocina para almacenar trastos radiofnicos y para servirse un vaso de agua el que tenga sed. El comedor-saln, cerrado con llave, hace de sala de reunin. All se preparan los programas y se discuten los asuntos que ataen a la emisora. El recibidor del apartamento sirve para que la gente se espere. Ah est el tabln de avisos, algunas sillas y un altavoz por el que se oye lo que se est emitiendo desde la emisora. Todo este tinglado es de promocin municipal, lo que significa que fue montado por algn alcalde que tena la intencin de dotar al pueblo de un medio de difusin bajo el control del consistorio municipal de su digna presidencia. Tcnicos, entrevistadores y entrevistados, todos huelen a aficionado. Hasta los que estamos de visita parecemos jugar a estar de visita, esforzndonos en aparentar que somos gente seria, reprimiendo la risa que nos da leer los "avisos de Radio Montgr", que nos resultan jocosos. En seguida clasificamos los avisos en dos grandes grupos: los serios y los cachondos. Los avisos serios estn firmados por un tal Moiss. Con mucha gramtica, Moiss recrimina, a los que utilizan la emisora, todas las faltas de cuidado que ocasionan el deterioro de las instalaciones. Entre los descuidos sobresale, por su efecto desastroso, el hecho lamentable de no retirar las botellas vacas ni las pieles de pltano al finalizar las grabaciones. Los mensajes cachondos son annimos y no estn escritos en un papel sino directamente sobre el tablero. Uno de ellos, con letra aplicada, dice: "Puta sense sentiments", as, sin prlogo ni eplogo. Moiss es destinatario de algunos mensajes de remitente desconocido; "hola Moiss", dice uno; "gracias Moiss", reza otro. El resto, meras groseras. Todo en los avisos nos hace mucha gracia, pero reprimimos las carcajadas por miedo a que nuestras risas salgan por la radio. Un cartel, en el recibidor donde estamos esperando, lo dice bien claro "se ruega guardar silencio", dice. Los dos hermanos han venido conmigo, acompaando a su prima, con la ilusin de verla hablando por la radio. El mayor, David, tiene ya diecisis aos y entiende el humor dadasta-inconsciente de los graffiti: -Qu bueno se, Erudito-, (me llama "Erudito"). A la pequea, Vera, de once, hay que glosarle el absurdo de algunas frases y bordear la explicacin de otras porque el vestbulo de Radio Montgr no es el lugar idneo para dar a los nios informacin sobre desviaciones sexuales fantasiosas. -Papete: qu quiere decir soplapoyas?-. (Esta me llama "papete"). Los locutores, -un mozo y una moza de aire muy moderno y muy intelectual-, se disponen a entrevistar a tres participantes en la "Quincena Musical de Montgr": dos muchachas pianistas -la prima y una inglesa-, y un muchacho argentino, director de orquesta, de marcado acento porteo. Los dos locutores y los tres msicos, son cinco personas. En la puerta del locutorio hay una ventanita que permite ver el interior, desde el pasillo, sin necesidad de abrir. Sobre la ventanita, un letrero pone que tres como mximo, pero entran cinco. Tena razn el letrero: ms de tres no caben. Amontonados, acaban por instalarse. Moiss contempla, sereno, desde el cuarto de los aparatos y a travs del cristal, la instalacin de los cinco en el locutorio para tres. Moiss va a encargarse de trastear todos esos utensilios radiofnicos y espera, paciente, echando un cigarro, el momento de entrar en accin. A travs de la ventanita David y yo contemplamos la instalacin de los cinco. Como nos reimos, Vera tambin quiere guipar y hay que auparla. Cuando nos cansamos de mirar porque ya no pasa nada chistoso en el locutorio, les propongo que nos sentemos en el recibidor del apartamento que ocupa la emisora, en unas sillas que estn junto a la pared opuesta a la que exhibe el tabln de avisos de Radio Montgr. Rindonos de los avisos, no habamos cado en la cuenta del estado de las sillas. Al intentar sentarme, me caigo aparatosamente. Los dos sinvergenzas, sin compasin por el dolor de un padre, se ren y se alegran de que an no haya empezado la entrevista. -Si estuvieran en antena, hubieran transmitido el tortazo en directo-, dice Davitxo, chistoso. Hay tre sillas ms. Las inspecciono. Todas estn desvencijadas: una pieza de plstico, que forma ella sola el asiento y el respaldo, est simplemente apoyada sobre unas patas raquticas de barra de hierro; se cae slo con tocarla. Si te sientas, te acompaa en tu cada.. Nos quedamos de pie. Mientras los cinco se instalan donde slo hubieran debido entrar tres, por el altavoz se oye el bolero "Solamente una vez", a un ritmo lentsimo. Antes de empezar el programa "cultural" Moiss ha puesto una cinta, cogida al azar de entre un montn. La cinta va de boleros y est sonando hasta que el locutor considera que todo est a punto y, solemnemente, le hace una sea a Moiss. Este, en el cuartito contiguo, manipula algunos aparatos. El resultado del trajn de Moiss no se hace esperar: aquel bolero interminable, se para en seco. Unos segundos de silencio, demasiados, y estalla La Primavera de Vivaldi, tan fuerte que hiere los tmpanos. Por alguna razn desconocida -quizs cognoscible-, el sonido se acopla y La Primavera se convierte en un pito agudo, luego ms agudo, luego menos agudo, que no para. El pito contina, subiendo y bajando de tono, cuando se le superpone un sonido ms grave tras el que se adivina la voz de un locutor. Moiss hace callar La Primavera. Queda slo la voz del locutor, que tambin se acopla. Ms ruido. Durante algunos minutos, el muchacho le dice al micrfono lo que se propone la emisin "cultural" y lo que debe hacerse para ganar un magnfico equipo estereofnico. Tambin presenta a los artistas. Todo lo que dice se transforma en ruido estridente. Varios minutos de estridencia que los tres, Vera, David y yo, omos primero con perplejidad, despus con risas y al final con aburrimiento. Al finalizar el primer minuto del desagradable pito, slo dos oyentes siguen a la escucha del horrsono programa: la madre del locutor y el novio de la locutora. Al acabarse el ruido, slo queda la madre, dando razn al tango "Madre slo hay una". Por fin ha desaparecido el acoplamiento y se oye al locutor decirle a su madre que a continuacin le van a explicar las diferencias que hay entre una cantata y una sonata. Que, para ir haciendo boca, ah va la "Cantata Tal", que dura dos minutos y treinta segundos. El locutor le hace una sea a Moiss y se calla. Un rato ms tarde empieza a oirse la "Sonata Cual", que dura diez minutos eternos. La pobre madre, sufrida, gozosa, se duerme en su mecedora con los primeros compases de la Sonata Cual -que tiene la virtud de sonar a clavecn, pese a haber sido presentada como una interpretacin al piano-. Respetando el sueo de la anciana, Vera, David y yo hablamos bajito entre nosotros, para no llegar al receptor de esa madre buena y despertarla. Ya nadie escucha el programa desde un receptor. Slo nosotros tres seguimos con paciencia las explicaciones de los locutores, que tratan de aclararnos que la cantata era, en realidad, una sonata y que, adems, era ms larga. El mozo y la moza que hacen de locutor comparten un micrfono. Los tres msicos -"los tres jvenes virtuosos", dice la locutora-, comparten otro micrfono. Cada vez que el micro pasa de un virtuoso a otro, la operacin produce un ruido que se oye por el altavoz que, en el recibidor, nos permite seguir la entrevista con emocin: la prima Mara Eugenia en antena y de pianista ah es nada! De repente la locutora la nombra, le pregunta algo y llaman a la puerta. Un timbrazo largo y desconsiderado. Los tres, veloces, abrimos y nos llevamos el dedo ndice a los labios, pidiendo silencio a un seor que, de pie en el rellano, nos pregunta -ruidosamente- por Moiss. Le susurramos que est ocupado, que no puede salir, al tiempo que Moiss abandona el cuartito de los aparatos dando un portazo sin miramientos. Saluda al recin llegado y le dice que en seguida se lo trae. Abre la cocina, trastea unos paquetes con poco cuidado y sale cargado con una caja de cartn. La operacin resulta ruidosa y a los tres radioescuchas nos preocupa la calidad de la transmisin. Le da la caja al que espera y le abre la puerta. Sin ninguna discrecin lo despide con afecto y cierra la puerta de la calle y la de la cocina-almacn. Antes de volver al cuartito de los tocadiscos y dems aparatos, Moiss decide ir al lavabo. Vera, David y yo nos miramos y nos ponemos a reir abiertamente, sin cortapisas. Por el altavoz omos la conversacin del locutorio mezclada con ruidos de autobuses que llegan al micrfono a travs de la ventana, abierta a causa del calor sofocante que producen y padecen los cinco del locutorio de dos camas. Tambin se oye a una seora de la casa de enfrente, interfiriendo la entrevista al gritarle a su hijo que guarde ya la bicicleta y que suba a cenar. De repente, Vera, sealando el altavoz, nos dice: -Es Mara Eugenia! Prestamos atencin y omos la voz de la prima que grita: -Fuego, es fuego!- Miro a travs del cristal de la puerta del locutorio de dos camas y veo a sus cinco ocupantes levantndose, mirando despavoridos hacia el cuartito de al lado, donde los aparatos: todo me hace suponer que est ardiendo. Distingo el resplandor de las llamas. Tengo una idea. Es una idea obvia, pero se la comunico: -Salid-, les digo. No me oyen, pero hacen como si s. Nunca debi entrar tanta gente. Salen como pueden. Tropiezan, se caen, se ayudan unos a otros a levantarse. La evacuacin del locutorio est resultando lenta y atropellada. El entrevistador, aunque frustrado por la violenta interrupcin de la entrevista, no pierde la calma, deja salir a los dems mientras le dice al micrfono: -Madre, haga usted el favor de telefonear a los bomberos, que est ardiendo la emisora y no se preocupe, que no pasa nada. Mientras sale -sin prisas-, pienso que podramos llamar nosotros por el telfono de la emisora. -Ya llamo yo a los bomberos dnde hay un telfono?-, le digo yo, levemente heroico. -En el bar de al lado-, me contesta. Y me explica, cargado de razn, que en la emisora sera un disparate tener un telfono por el ruido del timbre. Lo dice tan serio, que, pese a mi perplejidad, le creo. Se va al bar a telefonear, por si su madre no ha recibido el mensaje. Vera y David, que han seguido mi absurda y breve conversacin con el locutor, me miran con cara de estar viviendo un gran momento. Le digo a David que se lleve a su hermana escaleras abajo. La nia no acepta mi propuesta: -Por qu no podemos ver el fuego?-, pregunta con cara de decepcin. Admito que la idea es correcta: resulta tonto azorarse por un fuego que no se ha visto. La llevo al umbral de la puerta del locutorio y le enseo el resplandor de las llamas. A travs del cristal de la pared, se ven las llamas de verdad. -Qu chuli!-, dice la nia. -Qu aventura, Erudito!-, comenta David, emocionado. La prima, que nos echa de menos en el rellano, vuelve a entrar y me rie por no haber sacado ya a la pequea. -Ahora s-, le digo a Davitxo, -ahora te la llevas zumbando-. Se van corriendo mientras yo llamo a la puerta del bao: -Moiss, salga, que se ha incendiado el estudio! -Qu?-, oigo que dice con desgana, desde dentro. -Que se est quemando la casa!-, le grito. -No puede uno ni - y no oigo el final de la frase a causa del ruido de la descarga del tanque del vatercls: Moiss ha tirado de la cadena. Playa de Aro, julio de 1988 Aubonne, enero de 1989. C D 8 8 B*OJ QJ B*B*CJ$ D E F G H I 5 ( p V 2 v g D E F G H I 5 ( p V 2 v g N V k l m ! c$ $ $ e* f* * , , - G- \- . 0 0 0 M1 N1 O1 d2 C3 w4 4 95 5 5 6 C6 6 7 97 :7 7 7 8 8 K N V k l m ! c$ $ $ e* f* * , , - G- \- . 0 0 0 M1 N1 O1 O1 d2 C3 w4 4 95 5 5 6 C6 6 7 97 :7 7 7 8 8 x / =!"#$% OBJECT_TYPE="LINK">UBS e-banking